Presentación del libro: “Corteza y Barro”

Prólogo

El gran poeta norteamericano Walt Whitman decía que nadie puede recorrer el camino de la poesía por nosotros, que posiblemente, sin percatarnos, nos hallamos en él desde que nacemos, que quizás está en todas partes, en el mar y en la tierra. Y no creo que haya alguien mas consciente y comprometida con ese camino que Marcela Galván con este, su segundo poemario, titulado tan acertadamente Corteza y Barro.

Justamente es en esa conjunción donde percibimos dos tradiciones distintas. La primera, en la que encontramos ecos del romanticismo, convierte en tema y motivo fundamental la naturaleza, espacio en el que las palabras se abren en la tierra alborotada y se escriben en el viento sin otra tinta más que la propia voz; microcosmos que desafía la ciudad en tanto recinto de locura, de disfraz, de cenizas.   En tal sentido, las fragancias, los colores, los sonidos y las formas que dibujan las raíces sobre el césped húmedo, la lluvia sobre el ventanal, los frutos y la luna sobre las ramas, la hiedra y el viento sobre la tierra, son instantáneas perfectas de un equilibrio vital único, que emergen como movimiento en la quietud y reclaman grito en el silencio.

Desde esta perspectiva la poesía es entonces corteza, símbolo de lo que dura y resiste, y revela ella misma las marcas de la erosión, cicatrices de los embates del viento y la lluvia que convergen en melancolía y recuerdo; pero al mismo tiempo adivina la desnudez de un yo lírico, la savia-sangre que emerge como palabra (pre texto para permanecer) y parece recrearse en las palabras de Lord Byron: “No vivo en mí, sino que me convierto en porción de lo que me rodea…me sustraigo de todo lo que pueda o haya podido ser para mezclarme con el universo.”

Una segunda tradición nos interpela desde la idea del barro, amalgama entre tierra-lo material, lo que nos estabiliza y nos potencia-y agua-fuente de vida, medio de purificación y regeneración-, estático y estéril por sí mismo, pero capaz de alterarse al primer contacto con las manos del artesano.

De esta manera la poesía se nos revela como objeto de transmutación , y la palabra- destruida construida-se aventura como una bailarina al borde del abismo, una tempestad de alas, un diluvio de formas o una gramática posible para desenredar el mundo. 

El barro se convierte así en artesanía, producto del impulso humano perenne a partir del cual el poeta-artesano despliega su habilidad, su imaginación, su motivación y su talento, cualidades todas aquí conjugadas-y evocadas en el dominante color terracota de las imágenes  de Diego Monzón-en el magnífico tratamiento del lenguaje, la transparencia de la expresión, la musicalidad armónica y la fluidez de la sintaxis que generan la ilusión de completud, aunque sin dudas su propia organización rechaza la posibilidad de obra cerrada, que elude los contornos, que es y será siempre germen hecho de retazos.

Ante la pregunta de si las palabras saben esperar o si, cual pájaro entre rejas, podrán liberar su grito, hay una única respuesta que nos compela a leer esta magnífica obra: en Corteza y Barro las palabras no esperan, brotan; y su grito ES vuelo, y volar, para nosotros, los que disfrutamos de la poesía, los que la escribimos o la leemos, es siempre imprescindible.

Michelle Barros